Así era -es- Álvaro. Su vitalidad te traspasaba. Su entusiasmo te contagiaba.
Podía parecer resultado de su personalidad abierta y expansiva, pero cuando exponía sus proyectos apreciabas su capacidad de aspirar a cosas grandes, de mirar a lo lejos, de no detenerse en el cómo ni en los obstáculos. ¡Ya se vería el cómo, ya se superarían éstos! Lo importante era el qué, el por qué, las personas.
Era su corazón -de hombre y de cristiano-, donde cabe mucho amor y la ambición de hacer tanto por los demás, de mejorar el mundo en que le tocó vivir, trabajar intensamente, fundar una familia muy numerosa y llenarse de amigos. Era un corazón magnánimo.
Esto es lo que debemos a Álvaro en Altair. Fue el hombre de empresa que conocía la necesidad de formación de ese sector y supo ver el papel que en resolverla podría tener esta institución educativa. Y surgieron así los primeros cursos de dirección y gestión corporativas, que se puede decir fueron la prehistoria de una conocida escuela de negocios sevillana.
El colegio fue creciendo y dando frutos maduros en varias ramas de la Formación Profesional de entonces. Y ahí supo también Álvaro poner su visión al servicio de la responsabilidad que tenía presidiendo la entidad titular del Colegio. Y surgieron los programas de perfeccionamiento para Mandos intermedios por los que pasaron numerosos cuadros de importantes empresas de la ciudad.
Y más adelante, su magnanimidad encontró campo en la presidencia de la Fundación Altair, desde la que ayudó al colegio cabalmente. Muchos amigos respondieron -las suyas eran amistades de las de verdad- a sus peticiones para resolver un problema económico, financiar una instalación, colaborar en una gestión de importancia…
Se volcó especialmente en lo que le pedía su trayectoria personal y empresarial: las enseñanzas no universitarias que tantos jóvenes necesitan para su inserción laboral. Y así continuó involucrando a empresas de amigos en la promoción y mejora de las Enseñanzas profesionales.
Y cuando empezó a experimentar las limitaciones de salud, seguía con interés todos los avatares de su querida Fundación y Colegio. Hasta que se nos marchó de modo inesperado al Cielo. Allí tenemos un amigo seguro.
Descanse en paz.
Juan Gordillo, Gerente de la Fundación Altair