Desde la Capellanía: Domingo de Ramos

Quizá sea la única Semana Santa de nuestra vida que vayamos a vivir en medio de tanto silencio. Esto hace más fácil que entendamos por qué y cómo muere Jesús. Un silencio que -como nos decía el Papa hace unos días- facilita escuchar la voz y la vida de Cristo.

A partir del Domingo de Ramos recordamos, de un modo más intenso, el drama del Calvario. Es un recordatorio del amor de Dios por el hombre. Las procesiones nos ayudan a imaginarlo por fuera y el Evangelio nos muestra cómo vivirlo por dentro. Un Dios que por amor a nosotros se hace hombre, para morir crucificado por nuestra salvación. Meditar la Pasión del Señor siempre ha sido lo más recomendable para la vida de cada cristiano. Contemplar a Jesús, que suda sangre como manifestación máxima de sufrimiento, en el huerto de Getsemaní, al que se fue esa noche para orar, para hablar con su Padre Dios. Le vemos que acepta la voluntad de su Padre, pero le hace sufrir tanto pensar en el sufrimiento que le espera, que suda gotas de sangre, de esa sangre que purifica, porque es la Sangre del Hijo de Dios hecho hombre.

A continuación vemos asombrados la escena de los representantes de las autoridades religiosas, y de la cohorte romana, en busca de Jesús para apresarle como si fuera un delincuente. Cómo no puede uno conmoverse si ve que Cristo es azotado y coronado de espinas, inocentemente. Aparece destrozado –un Ecce homo-, con la carne rota y cubierto con un manto de púrpura. Poncio Pilato, procurador romano, dicta ahora la sentencia más injusta que ha habido en toda la historia de la humanidad: la condena a muerte de cruz del Señor. Se lava las manos porque no sabe cómo ocultad la suciedad interior de su falta de fortaleza, de saber que está entregando a una persona acusada por pura envidia.

Procuraremos acompañar a Cristo por la Vía Dolorosa, y ayudarle a llevar la cruz como hizo Simón de Cirene, y Jesús, que no se deja ganar en generosidad, nos lo recompensa. A san Dimas, el Buen Ladrón, le premió con el Paraíso por aquellas palabras que dijo en defensa de Él, y por reconocer su inocencia. Gestas está al lado de Dios y no se da cuenta. Una vez más comprobamos ese peligro que tenemos todos de no darnos cuenta del gran respeto de Dios por nuestra libertad. En sus tres caídas, bajo el peso de la cruz, le procuraremos ayudar con sincero amor, a la vez que le pedimos ayuda para no caer nunca en el pecado. Aprendemos también del Señor a perdonar, que pide a Dios por sus propios verdugos para que no les tenga en cuenta lo que están haciendo: crucificar a Cristo.

Capellanía de Altair

Fotografía del antiguo alumno Román Calvo

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