Casi 30 años después de su marcha, ¿qué recuerdos tiene de Altair?
Muchísimos. No se me olvida la primera vez que crucé la verja. Me impresionó ver a un hombre de uniforme en la puerta y a un sacerdote –D. Andrés– cruzando hacia el edificio central. Lo confieso, quise salir corriendo, menos mal que Tejada te daba luego la bienvenida desde su “pecera”. Me acuerdo de las frías mañanas de invierno jugando al fútbol y el odioso Test de Cooper, las inolvidables clases de Filosofía de D. Mariano Hernández paseando por la tarima, las “reglas nemotécnicas” de D. Francisco Guerra… D. Vicente Rodríguez nos decía que una duda era como un sapo verde y viscoso que nos tragábamos. Así nos invitaba a consultarle todas y ese consejo se lo he trasladado a mis dos hijas. Fueron cuatro años buenísimos, incluso mantengo las amistades.
¿Cuáles fueron las principales aportaciones intelectuales y humanas que se llevó de este Colegio?
Lo más importante es que profesores y tutores se preocupaban de nosotros como clase y como alumno. Se implicaban mucho contigo y había interacción en las aulas. Exigían, claro, pero también se preocupaban. Quizás no fuéramos conscientes, pero nos estaban formando, además, como personas: a valorar el trabajo, el compañerismo, a respetar. Yo creo que gran parte de mi carácter, de cómo soy ahora, se forjó en esos años.
¿Cuál o cuáles fueron los profesores que más le marcaron? ¿Mantiene relación con alguno de ellos?
Hombre, esa pregunta tiene trampa. Han sido muchos y como se me olvide alguno… Yo prefiero decir que guardo buenos recuerdos de todos. Incluso de los que peor me lo hicieron pasar -por las materias, ¿eh?- he aprendido cosas. Es cierto que tuve más relación con D. Vicente Rodríguez, D. Luis Augusto Pascual, D. Fidel Villegas y D. José Carmona, porque sus asignaturas eran las que más me gustaban. Pero la relación fue buena con todos. Con D. Vicente nos reunimos en Navidad un grupo de amigos: él nos bautizó como el Comando Marginal y así se llama nuestro grupo de Facebook. Y con D. José Carmona también he mantenido cierto contacto. Ahora es un pilar de la comunidad educativa, pero los de mi promoción fueron sus primeros alumnos.
Cuéntenos alguna anécdota curiosa de sus cuatro años en el Colegio.
¡Puff! Haberlas, haylas. Pero comprende que la mayoría no se pueden contar en esta página. Son trastadas propias de la edad. Escondites, bromas, motes… Venga, sí te cuento una. A un profesor novato le escondimos el borrador y le escribimos en la pizarra: “¿Quién ha puesto el borrador en el techo?”. Y picó. No pudo resistir la curiosidad y miró al techo.
Por último, y con su experiencia en Canal Sur, ¿qué le diría a los alumnos que quieren ser periodistas?
Que, desgraciadamente, la profesión está en un mal momento. Mal momento económico y de libertades. El control de la información es férreo por parte de los poderes político y económico. Las plantillas se adelgazan y yo tengo claro una cosa: sin periodistas no hay periodismo y sin periodismo no hay democracia.
Dicho esto, no tengo más remedio que animarles a que elijan esta profesión si tienen vocación. Es dura y apasionante. Les diría que no lleguen al periodismo por descarte, sino por convicción. Es una profesión de servicio público porque los ciudadanos necesitan información veraz para tomar decisiones. Desde qué me pongo para salir hasta en qué sector invierto mi dinero. Luego podemos hablar de la tecnología, pero yo sigo defendiendo que lo importante es el mensaje. Y en ese mensaje debe responder a muchos porqués.