Pacense de nacimiento, aunque sevillano de adopción, José Antonio Tejada es el conserje de Altair desde el año 1986. Su currículum es muy diverso, ya que tras llegar a Sevilla con sólo 14 años trabajó en el Bar España (actual Oriza), como botones en una peletería, en una empresa de restauración de obras de arte (que motivó que empezara a estudiar en Altair esta materia), y como administrativo en una empresa de construcción antes de ocupar su puesto actual. Con anterioridad ya colaboraba con el Colegio a través del Patronato o la Escuela Deportiva.
Usted conoce el Colegio prácticamente desde sus inicios. ¿Cómo era el Altair de entonces y el de ahora?
Te mentiría si te dijera que no ha cambiado, ahora hay jardines y edificios donde antes había sólo albero y barro, pero quizá quiénes más cambian son las personas que trabajamos en este Centro Educativo. Cuando yo llegué, hace 35 años, todos éramos muy jóvenes, con muchas fuerzas, que ya evidentemente van faltando. Pero la ilusión, la esencia y la filosofía del Centro sigue siendo la misma.
¿Es el trabajador más veterano del Colegio?
No lo soy aunque eso le parece a la mayoría de los padres y alumnos, ya que llevan muchos años viéndome en la ventanilla de entrada, en un sitio muy de paso. Hay profesores como D. José Miguel González que llevan más tiempo que yo en Altair.
Además de la conserjería, ¿qué otras funciones desempeña en Altair?
Desde el año 1989 soy el Presidente del Comité de Empresa del Colegio, es decir, el representante de profesores y personal de administración y servicios ante los sindicatos, función que consiste en velar por el bienestar de todos los trabajadores, que actualmente son 105. Además estoy en la ejecutiva de un sindicato especializado en educación, FSIE.
José Antonio, ¿qué significa para usted Altair?
Lo considero uno de los mejores centros de formación de nuestra ciudad. Sólo hay que observar que somos una referencia en esta zona. Por ejemplo, yo vivo en el Polígono de San Pablo y allí nadie me conoce, mientras que aquí cada vez que salgo del Colegio me saludan muchas personas.
Está claro que la formación de Altair repercute en la forma de ser y de comportarse de los alumnos. Nos han dicho en muchas ocasiones que se nota cuando un chaval ha estudiado aquí, por los valores y humanidad que transfiere.
Para mí hablar bien de Altair es muy fácil, son muchas horas de dedicación con enorme satisfacción, tanto a las familias como a los alumnos.


¿Cómo es el día a día de la conserjería de Altair?
Es un trabajo muy dinámico, estoy a disposición de todos para lo que se necesite. Además, dentro de mis funciones colaboro en el comedor, cuestión que me agradecen muchos padres pues enseñamos a los alumnos a comer variado o a que se comporten en la mesa. También ayudo en los cursos de retiro y las reuniones de padres, y tengo a mi cargo a varios alumnos que preceptúo, una labor muy gratificante ya que atendemos personalmente a cada uno y le escuchamos con idea de ayudarles en su vida personal y profesional.
¿Qué anécdotas recuerda con más cariño de estos 25 años?
Hay muchas, es difícil recordar tantas. Me sigue emocionando ver a los padres que llegan a la ventanilla solicitando una plaza casi llorando, y si la consiguen vuelven para agradecerlo. Otra cuestión curiosa son aquellas familias que han tenido en Altair a todos sus hijos, y yo soy el que les digo en qué año ha entrado cada uno.
¿Cuáles son sus hobbies preferidos?
Sin duda me encanta y me apasiona la cocina. Cualquier celebración que se ofrece en Altair cuenta con mis dotes culinarias. La afición me llegó gracias a la asociación “Amigos Rocieros de Torreciudad”, con la que llevamos 23 años llevando a Torreciudad la devoción por la Virgen del Rocío y viceversa con la aldea almonteña. Ahí empecé a preparar muchas paellas y cocidos. De hecho, en mi foto de Facebook aparezco con una paella…
Por otro lado, me encanta disfrutar de mi tiempo libre en el campo, haciendo senderismo por ejemplo.
Por último, ¿qué mensaje le gustaría transmitir a la gran familia de Altair?
Agradecer a todos el trato que me dan y pedir perdón a aquéllos que se hayan podido sentir ofendidos por no atenderlos como se merecían.