Ayer falleció, a los 87 años, don José María Prieto Soler, primer director de Altair.
Desde Altair le debemos, junto con una enorme gratitud por ser la persona que guió al equipo de pioneros que levantaron Altair, la oración por él y su familia.
Dejamos un enlace al video documental del 50º aniversario de Altair, donde él mismo cuenta, en los primeros seis minutos, los comienzos del colegio. Se puede apreciar su hondura de filósofo y su carácter entrañable de hombre amable y bueno.
Asimismo, rescatamos la entrevista que le hicimos con motivo de la edición de la Memoria del 50 Anivesario de Altair:
Han pasado 50 años. Echa la vista atrás. ¿Qué ve?
La experiencia de Altair para mí, y para todas las personas que empezamos en el año 1967, fue y sigue siendo una experiencia deslumbrante. Fue la posibilidad de empezar un centro nuevo, iniciar las bases de un estilo y un enfoque de hacer educación, centrado en los valores personales en su conjunto, humanos y espirituales. Aquello fue y sigue siendo muy importante para todos nosotros.
No habiendo nada al principio, tienes la dificultad y a la vez la facilidad de empezar a hacer, de crear cosas, de poner en marcha una manera de hacer educación, de proponer una relación familia-profesor-alumno más humana, más cálida. Sí, había pocas cosas, escasos recursos materiales. Pero un gran entusiasmo y capacidad de esfuerzo y sacrificio. Algunas personas dejaron lo que estaban haciendo y acudieron a poner sus conocimientos al servicio del nuevo colegio, personas pidiendo aportaciones económicas, otras moviéndose por los barrios dando a conocer el proyecto, otros planteando los edificios y las enseñanzas, encontrar los profesores más adecuados, estar horas y horas, fines de semana incluso, en reuniones hablando sobre lo que se hacía y sobre lo que se podía hacer, etc.
En los comienzos, cuando vienen aquí los primeros, no había nada, sólo tenían una maqueta… ¿Creían en el proyecto? ¿Pensaban que este colegio saldría adelante?
Había una confianza total en que aquello que era solo un proyecto iba a desarrollarse en los años siguientes. Este convencimiento surgía de saber que la iniciativa de que en Sevilla hubiera un centro así era de san Josemaría Escrivá de Balaguer, y eso nos infundía la convicción de que estabas haciendo el trabajo adecuado en el sitio necesario.
Tuve ocasión de ir a Pozoalbero en 1968, cuando estuvo allí durante unos días san Josemaría y le enseñamos la maqueta de Altair. En una tertulia le pedimos que encomendara esta labor educativa y apostólica. Y se nota que sus oraciones han producido un efecto claramente constatable.
También, el entusiasmo, la ilusión, la confianza y el apoyo de las primeras familias que se interesaron por el centro, que aún no se veía más que en una imaginativa maqueta, auguraban que todo saldría adelante. Además, un Ángel, el Ángel de Altair, guiaba los pasos del nuevo centro.
¿Cómo definiría Altair?
Como una pasión, una pasión contagiosa por ayudarse unos a otros a ser mejores. Pisar Altair, trabajar en Altair, se convierte en un acontecimiento del hombre por el hombre. Eso es posible, porque aquí desde el comienzo hasta ahora lo que prima es la dedicación, la atención de unos por otros. Sin ese modo de relacionarse y de ocuparse unos con otros, profesores, estudiantes, las familias, no tiene mucho sentido estar aquí, dedicarse a la educación.
¿Cuál era la visión de los que comenzaron en Altair?
La idea principal sobre la que giraba nuestro trabajo pedagógico arrancaba de que la educación es un trabajo sobre la libertad. ¿Cómo se concretaba esta idea central en el día a día del centro? Lo fundamental del hombre es desarrollar su libertad. Nosotros no nacemos libres, sino con capacidad de libertad. El gran reto de nuestras vidas es desarrollar esa capacidad de libertad. A ello colabora la educación, a hacernos más libres, a ayudar a ser nosotros mismos, a liberarnos de alienaciones. Todo el proceso de estar en un centro como Altair es ocasión favorable para que, tanto profesores, alumnos, como las familias, demos un paso adelante en los niveles de libertad, de entrega de sí mismo, de sacrificio, de donación, de querer a Dios y a los demás.
¿Fue un reto enorme montar este colegio en aquellos años en un lugar por aquel entonces perdido como esta zona?
Realmente esta zona del este de Sevilla estaba descuidada en aquellos años, tenía carencias, deficiencias culturales, educativas y deportivas; y plantearse poner un colegio en los alejados y aislados terrenos de un viejo olivar de la carretera de Su Eminencia, evidentemente, era una cosa insensata. Pero tampoco es que hubiera dificultades trágicas. Cuando llegamos aquí, sin apenas conocer a nadie, recuerdo que todo fueron facilidades, la sensación era que muchos padres estaban esperando que llegara un colegio para que sus hijos pudieran estudiar adecuadamente. Tengo el recuerdo de que todas las personas de los barrios, El Cerro del Águila, La Plata, Juan XXIII, todos nos ayudaron en la medida de sus posibilidades, también los colegios públicos de la zona como Santa Teresa o el Juan XXIII, con los que teníamos muy buenas relaciones. Tuvimos una acogida tan cordial de los padres de los alumnos, que era realmente emocionante.
Descanse en paz, don José María.