El Domingo de Resurrección es el día más grande del año. Nos lo resume san Pablo que dice: “Cristo ha resucitado de entre los muertos”. No creemos en un cadáver. No creemos en un hombre más o menos bueno. Creemos en un Dios-Hombre que ha muerto y ha resucitado. Creemos en un Dios que vive. Creemos en un Dios que está presente siempre en su Iglesia, que está presente en el Sacrificio de la Misa, que está presente en los Sacramentos, que está presente en su palabra; cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Cristo quien habla.
Cristo, la mañana que resucitó, le preguntó a María Magdalena ¿por qué lloras? Luego le preguntó a los Apóstoles, a los once que le quedaban: ¿Por qué tenéis miedo? Y a los dos discípulos que marchaban camino de Emaús: ¿Por qué estáis tristes? Dios nos quiere alegres, contentos, sonrientes, de buen humor.
La valentía de ser humildes y capaces de caminar de nuevo por una senda alegre. Poco después de la Revolución francesa uno de los nuevos jefes de la República, responsable de la destrucción de iglesias y del asesinato de sacerdotes dijo: “Ha llegado la hora de sustituir a Cristo. Voy a fundar una nueva religión”. Meses después fue a ver a Napoleón Bonaparte, el primer Cónsul, y le dijo que su religión era perfecta pero que no conseguía ningún seguidor. Napoleón le dijo: “¿De verdad que pretendes sustituir a Jesucristo? El único modo de que lo consigas es que te hagas crucificar un viernes y que resucites el domingo siguiente”. Nadie da la vida por un muerto. Los Apóstoles dieron la vida por Jesús. El milagro de la Resurrección se convierte en lo fundamental del mensaje de Jesús, es la prueba máxima de que es Dios.
Mensaje del sacerdote D. Rafael Mosteyrín para el Domingo de Resurrección