Nadie merece más un monumento en un Centro Educativo que los lápices de colores. Por eso, aprovechando que los dos cedros que estaban en la entrada del Edificio Central corrían peligro de caerse, y que iban a ser sustituidos por otros más seguros, se propuso utilizar la madera para este noble fin.
En este proyecto han colaborado, por orden de intervención: Juan Carlos Tena, el jardinero que los taló; Manolo Muñoz, que ayudó en casi todo; Juan Carlos Moles, que prestó la motosierra para tallar los troncos; Miguel Ángel Maldonado, antiguo alumno de Altair y actualmente padre de un alumno de Primaria, que fabricó en acero inoxidable los casquillos de los lápices; y muchos profesores que aportaron ideas y sugerencias.
Es un monumento a los tres colores primarios de los que surgen toda la gama de colores, como un recordatorio a todos los alumnos y profesores para poner la mirada en lo que es fundamental y base de todo.
Rafael Hidalgo