Entrevista con Jesús Beades, escritor, fotógrafo, músico y poeta, accésit del premio Adonáis

“En Altair me animaron sobre todo a pensar, a razonar, a utilizar la inteligencia, a leer...”

“En Altair me animaron sobre todo a pensar, a razonar, a utilizar la inteligencia, a leer…”

Altair fue tu colegio durante muchos años, ¿qué recuerdos tienes? ¿Qué te aportó Altair como persona y como futuro profesional de la educación?

No hay casi ningún recuerdo de mis años de Altair que no sea bueno. Estuve unos 8 años en el colegio, desde 3º de EGB hasta 3º de BUP. Aquellos años fueron excelentes. También he tenido profesores estupendos.

Altair me aportó muchas cosas. Por un lado, el contacto real, personal y teórico con la fe católica que animaba a pensar, a razonar, a utilizar la inteligencia, a leer…; y por otro lado daba acceso a la fe y a los sacramentos. También es verdad que el cariño y el buen ambiente eran importantes. A los profesores le importabas mucho, era algo muy humano.

Respecto al aporte a mi futuro profesional, extendió y completó lo que había recibido por parte de mis padres. En casa había libros y había música, discos, instrumentos… Tuve una infancia lectora y aficionada a la música. Encontré en Altair buenos profesores de educación plástica y de literatura. También gracias a la revista Númenor y a Fidel Villegas.

Ahora que estás aquí, ¿qué profesores recuerdas?

No hay nada más aburrido que una reunión de antiguos alumnos. Yo imito a los profesores. Recuerdo a muchos de ellos con cariño. Por destacar a alguien, don Carlos Alonso y don Paulino, que me dieron todas las asignaturas hasta 6º de EGB. Se preocuparon por mí. Y también a don Rafael Hidalgo, que tenía el taller de manualidades y también nos daba música. Yo ahí lo pasé en grande haciendo todo tipo de inventos de marquetería, fotografía, construcción de instrumentos musicales, pintura… Ahí desarrollé mi temprana vocación artística pintando con acrílicos, y la música también. Él era aficionado a la música, tocaba la guitarra. Fue para mí una especie de cueva de las maravillas.

En BUP tuve profesores excelentes como Esteban José Fernández, que daba Filosofía, don Mariano Hernández Barahona, que hacía un gran esfuerzo por conectar con los alumnos, con la parte más adolescente con nuestra personalidad, y me encantaban sus clases. Don Aurelio, que daba latín y griego, y nos contaba batallitas. Le teníamos mucho cariño también a don Vicente Rodríguez, toda una eminencia. Y qué decir de don Alfonso García Contreras, que murió muy joven y era un profesor divertidísimo, una persona estupenda. Y recuerdo a Fidel Villegas y su enorme influencia en muchos alumnos, una influencia humana, personal y literaria. Quizá soy injusto porque me falta, seguro, añadir profesores.

El mes de septiembre pasado presentaste “Resumiendo” (Antología 2000-2020), ¿cómo fue esa presentación?

La presentación fue estupenda. La hicimos en La Carbonería donde en tiempos -hace 20 o 25 años- hacíamos recitales de poemas, fue como una vuelta, como un retorno, lo pasamos muy bien y vino muchísima gente. Lo presentó Fidel Villegas y otro antiguo alumno de Altair, amigo mío y también poeta, premio Adonáis, Joaquín Moreno Pedrosa. Recordamos muchas cosas y fue un acto muy emotivo.

¿Cuáles fueron los primeros poetas que te marcaron?

Entre los primeros poetas que yo recuerdo está principalmente Miguel D’ors, cuyo magisterio poético ha sido fundamental para muchos poetas de mi edad. Otros poetas como Eloy Sánchez Rosillo, José Julio Cabanillas (que fue un maestro para muchos porque nos enseñó escribir, a tirar, a tachar, a romper, a revisar…), Enrique García-Máiquez, que tiene una relación muy directa con el grupo Númenor, Amalia Bautista, una gran poeta madrileña, José Mateos, Julio Martínez Mesanza y otros muchos autores, a los cuales conocimos en persona o a su obra a través de Fidel Villegas.

¿Cómo ves el panorama poético actual?

Hay muchos poetas, siempre los ha habido. Los puedes ver en las redes sociales. Muchas veces los más mediáticos no es que sean los mejores, de hecho hay muy buenos poetas que son menos conocidos. La salud de la poesía la veo en general buena. Como decía Bécquer: “siempre habrá poesía”.

¿Hay sitio para la poesía en este mundo hiperconectado, donde todo es veloz, inmediato y volátil? ¿Hay sitio para la pausa poética?

Me parece que hay, precisamente por esa hiperconexión y esa velocidad y esa sobredosis de información, la necesidad de una belleza reposada, hay ganas de poesía, hay interés por la poesía. Veo muchos libros que, aunque sean muy malos, se están vendiendo mucho y eso significa que hay ganas de leer poemas. Siempre digo que libros se pueden vender 100, pero a través de redes sociales un poema lo pueden ver miles de personas. Antes eso no era fácil. Hoy en día, si te interesa, a través de las redes puedes leer varios de los poemas de un autor y si te gusta puedes comprar un libro a golpe de clic.

¿Qué deben hacer los padres y educadores para animar a los niños a la lectura?

Si los padres no leen, es difícil que los niños lean. Es importante que haya libros en la casa, de todo tipo. Antiguamente cuando yo era chico, o leías, o dibujabas, o escuchabas música o jugabas con los muñecos. Hoy en día la oferta de actividades a través de las pantallas es muy abundante y muy sugerente; un videojuego, un vídeo, las redes sociales, son elementos mucho más atractivos para un cerebro en desarrollo. Quizá hoy en día hay que forzar un poquito la lectura. Y establecer un rato al día en que se lea. Yo lo hago con mis hijos, que protestan, pero al final leen. Es importante hacer una pequeña isla que salvaguarde la lectura.

¿Prefieres la lectura en papel o en digital? Según tu experiencia como docente, ¿es mejor una que otra?

Fui un entusiasta partidario del Kindle y de los libros electrónicos. Pero últimamente, me inclino más por el papel, pero tienes el  problema del espacio -si cuentas con muchos libros como es mi caso-, los libros cogen polvo, valen un dinero y muchas veces no hay economía para eso. Yo he comprobado que a mí no me gusta igual leer en pantalla que en papel. Pero nuestros hijos han tenido otra educación y para ellos puede ser más normal leer en pantalla. No sabría decir qué será lo mejor para el futuro de la lectura. Creo que el libro en papel no ha sido vencido por el libro digital. El libro en papel goza de buena salud. A mí personalmente me gusta más leer en papel.

Háblanos de tus grupos de música, de esa faceta tuya tan interesante.

Yo tengo un grupo de versiones de pop-rock en español y en inglés, que se llama Los Pagafantas, y tocamos en fiestas, en guateques, en salas, en pubs… y me lo paso muy bien. Lo tengo con dos amigos de toda la vida, y me encanta el escenario. Tengo también un proyecto más personal que ahora está centrado en producir y grabar, que empezó de forma muy minimalista y acústica y folk, y que ha evolucionado hacia un sonido más rockero, que se llama The Flying Inn, que es el nombre de la novela de Chesterton, porque todo empezó con un proyecto temático y conceptual con las canciones que compuso Chesterton para una novela suya. Hicimos un disco con todas esas canciones poniéndole la música. Luego, he seguido haciendo lo mismo con poemas de otros poetas anglosajones -que hasta ahora ha sido siempre en inglés- como Kipling, Alan Poe, Stevenson, y el resultado está siendo más rockero y más psicodélico y estamos ahora mismo grabando.

¿Qué proyectos tienes para el futuro?

Un proyecto que tengo a medio plazo es escribir más prosa, ahora llevo un tiempo trabajando en perfiles literarios para una publicación online que se llama Leer por leer, donde tengo una sección denominada “Uno de los nuestros”. Seguramente, tarde o temprano publicaré un libro de ensayos literarios que surja de esa sección. Además, tengo escrita una novela inédita y mi proyecto es poder publicarla lo antes posible. Y también tengo ganas de poder seguir escribiendo prosa de ficción, actividad que he descubierto recientemente y me gusta mucho.

Para terminar, ¿nos brindas algún poema que esté relacionado con la educación o la familia?

Ford Taunus

A mi madre

Mamá tenía libros y más libros
y papá una guitarra.
Yo tenía muñecos y cartones
debajo de una sábana.
En mi casa sonaban rocanroles
y yo tarareaba,
sin darme cuenta, todas las canciones
y no pensaba en nada.
Un coche grande, de segunda mano,
que va hacia la montaña.
Con treinta grados, cintas de cassette,
mi hermano vomitaba.
El coche sube por paisajes húmedos
con pinos y con vacas.
Voy cerrando los ojos, cabeceo
y treinta años pasan.
A veces, cuando todos se han dormido
y está la casa en calma,
me parece que sigo en aquel coche
pero mis padres callan.
¿Cuándo llegamos? digo. Y no contestan.
Sigue el coche su marcha.

De «Tibidabo 10» (CatorceBis, 2018), incluido en «Resumiendo (antología 2000-2020)» (Cuadernos de Poesía Númenor, 2021).

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