El pasado 28 de junio tuvo lugar el homenaje al personal jubilado de Altair, con la entrega de un obsequio de recuerdo y la compañía de todo el profesorado y personal no docente. Los profesores D. Nicasio Jiménez, D. José Antonio Guillén, D. Ángel Espejo y D. José Miguel González dijeron unas palabras de despedida y agradecimiento.
Por su interés, y porque fue alumno de la segunda promoción de Altair, destacamos aquí las palabras de José Miguel González:
“Empecé a trabajar en agosto de 1972 con 14 añitos de botones. Así que dentro de poco serán 49 años.
No he conocido otro trabajo que este Colegio, pero sí que he cambiado de ocupación varias veces: Secretaría, bajo las órdenes de Manolo Guillén y luego de Eduardo Gentil, más tarde secretario administrativo de la Junta de Gobierno.
Después pasé a profesor de EGB y de 1º de Secundaria.
Luego coordinador TIC. Y finalmente, a Mantenimiento Informático.
Lo mejor es que he conseguido mantenerme todo este tiempo sin ser jefe de nada.
Todo esto va porque cada día van apareciendo profesores jóvenes y más de uno habrá pensado: «Este abuelito, ¿qué hace por aquí?».
No creo que nadie llegue a batir mi récord de trabajar tantos años en Altair, y así lo espero porque significaría que se jubilaría a los 70 años. Y porque tampoco se lleva ya empezar a los 14 años y a la vez estudiar en un bachillerato nocturno.
He conocido a todos los directores de Altair, empezando por D. José María Prieto. Cada uno con sus aciertos y sus errores, pero siempre he visto buscar lo mejor para el Centro y para los que aquí hemos pasado parte de nuestra vida. Por ejemplo, pude estudiar Magisterio gracias al apoyo de los directores y así pasar de Secretaría a profesor de EGB.
A lo largo de estos años he visto muchas amenazas de retirada de los conciertos y ninguna ha prosperado gracias al apoyo de los padres y las gestiones de los directores.
Tenemos un compromiso con el barrio
Ahora bien, lo más importante que querría transmitir es que Altair no son los directores. Altair somos todos y cada uno de nosotros a través de nuestro trabajo diario, también los o las que limpian, el personal de mantenimiento, del comedor, preceptores, etc.
Tenemos un compromiso con el barrio que está en el origen del deseo de san Josemaría para Altair. Y yo soy del barrio. Y por ello cada uno de nosotros es responsable de defender y proteger Altair. No simplemente buscando el interés propio de no perder el puesto de trabajo y cobrar a fin de mes. Yo he visto compañeros venir a trabajar un domingo para tener todo preparado para el día siguiente. He vivido cómo profesores han ido a visitar a un alumno enfermo a su casa para llevarle tareas. He visto entregar notas a las 4 de la tarde cuando ya había terminado el curso a unos padres porque no podían dejar el trabajo a otra hora. He visto preparar cajas de alimentos en Navidad para llevar algo a casa de vecinos necesitados del barrio. He visto a la directora de Infantil ayudando a limpiar a un niño y no dejar sola a su compañera en tan agradable tarea (esto hace una semana mientras grabábamos la fiesta de fin de curso de Infantil). Son solo ejemplos. Pero creo que eso es defender el espíritu de Altair.
Tengo que decirlo todavía más concreto y no me quiero callar: ¿Cuántos de nosotros estuvimos en las manifestaciones contra la ley Celaá? ¿Cuántos hemos protestado en la entrada del Colegio los miércoles? ¿Cuántas cartas al director de los medios de comunicación hemos escrito defendiendo Altair del ataque descarado a nuestro estilo educativo que funciona y ya tiene 55 años? Eso también es defender nuestro Colegio. Comprendo que haya personas que no sientan esto como suyo, que estén aquí como en otro trabajo más. No se pueden pedir peras al olmo, pero que sepan que eso no es Altair. Al menos el que yo he conocido desde 1968 cuando empecé como alumno de la segunda promoción.
Pensemos qué significa para cada uno trabajar en este Colegio. Altair no es un colegio más y no lo ha sido nunca. El que no lo entienda no se ha enterado. Sacrificarse por sacar a las familias adelante con cariño y dedicación auténtica. Esto es lo que marca la diferencia.
Por su parte, los directores tienen el compromiso de no desvirtuar el espíritu que se ha vivido desde los comienzos y su responsabilidad es tratar bien a todos los que hacemos aquí nuestro trabajo. Confiando en las personas y respetando a cada uno. Libertad y responsabilidad, esto es lo que nos enseñó san Josemaría. Y es lo que transmitimos a los alumnos.
Tengo que agradecer muchas cosas a muchos de vosotros, pero para ser breve, nombraré solo a los más destacados.
Primero a Manolo Bautista, mi vecino del barrio de Juan XXIII, por contarme que existía Altair. A D. José María Prieto, que en paz descanse, que me fichó para la ventanilla del nocturno cuando tenía 14 años. A él le debo mi vocación profesional. A Juan Carlos Eizaguirre por enseñarme a ver las cosas metiéndome en los zapatos de los otros. A Koldo por enseñarme que nunca pasa nada y por adivinarte el pensamiento antes de abrir la boca. A dos personas que me ayudaron en momentos difíciles: Juan Rayo y Javier Delgado (Juan, eres un crack). Y, sobre todo, a D. Andrés Quijano. Ojalá la influencia de nuestro -ya vuestro- trabajo, sea algo parecida a la que D. Andrés ha dejado en el barrio.
Nos seguiremos viendo por aquí. Gracias. Muchas gracias”.